Leviathan
La
película Leviathan, del director
Andréi Zviáguintsev, nos muestra un ambiente desolador, hostil, solitario,
desde las gélidas tierras de Rusia hasta los corazones de los protagonistas
cubiertos por una nube de peripecias interminables. Todas las experiencias
vividas por Kolia y Lylia son retrato de un universo sin salida, que sin más
poco a poco va acabando con cualquier forma de amor presente.
La vida de los personajes es un
grito de desesperación, de presiones que no cesan, sino que aumentan más
conforme pasan los días. Las pasiones del mundo poco a poco van ahogando
cualquier rastro de amor que alberguen en sus corazones, sus instintos pueden
más que cualquier parte racional o divina que tengan en su interior, es por
esto que finalmente la oscuridad se apodera de sus vidas. En realidad sus vidas
sólo tienden a la entropía.
Si los personajes de este filme
fueran docentes el caos mismo hubiera acabado con todo.
En primer lugar el protagonista,
Kolia, no tiene control de sí mismo, es fácilmente dominado por sus pasiones y
se entrega a la agresividad en un dos por tres, lo cual afecta a las personas
que le rodean y contribuye a la formación de esta atmósfera de perturbación. El
docente, en contraste a él, debe poseer cualidades de un verdadero pacifista
que esté siempre listo para propagar la paz y el amor ante cualquier
circunstancia que se presente, pues incluso en los niveles superiores muchas
veces se suscitan discusiones a veces con un tono de voz y de palabras elevado;
en estas circunstancias lo ideal es que el profesor no caiga ante provocaciones
por parte de sus estudiantes, que controle lo más que pueda sus emociones y que
todas las actividades que se realicen en el entorno áulico siempre estén
centradas en el respeto, ya que el salón de clases tiene como una de sus
funciones principales el intercambio de ideas para abordar diversos fenómenos.
Otro punto importante a tratar es la
ética que tienen los personajes, independientemente de la infidelidad de Lylia
hacia Kolia, me parece relevante tocar el punto de qué hacer una vez que se
ejerce el poder, pero más aún… ¿Qué hacer con el poder que te da el ser docente
y plantarte frente a un grupo de estudiantes?
Si
bien, como indican María Luisa Simón y Juan Andrés Selva la libertad de cátedra
en la UNAM es una garantía institucional, que parte de un derecho subjetivo del
profesor, con la finalidad de posibilitar el avance en el descubrimiento y
transmisión de conocimientos e ideas dentro de una sociedad, hay mucho docentes
que abusan de su poder sobre sus estudiantes, es decir, que pierden la noción
de la verdadera pedagogía, de aquella que es brindarle a los estudiantes el
mayor número de herramientas necesarias para su desarrollo humano en aras de
alcanzar la plenitud y felicidad.
Por
esta razón, a diferencia de Vadim Sergeyich, el alcalde que despoja al
matrimonio protagonista, y de su manera tan ruin de moverse entre los
habitantes del pueblo en el que habitan, el verdadero docente debe de existir
por y para sus estudiantes con valores que fomenten su sentido humano y
carácter ético, pues es la única manera de hacer que su labor funciones: el
respeto, la comprensión, la paz, la dignidad, la honestidad, etc.
Sin embargo, es el amor lo que debe unirlos en
comunión y lo que impulse su corazón para trabajar cada día con ellos, ya que esta
presencia de libertad debe devolverle la integridad a cualquier sociedad como
pueblo hermano para que los acuerdos, la participación y su intelecto provengan
de lo más bello de sus corazones y así ser verdaderos ciudadanos, habitantes de
cualquier nación que tengan siempre presente el servicio a los demás y la
justicia social que muchos de nosotros tanto anhelamos. Sin duda alguna esto
sólo nace del poder que entraña el amor por el prójimo; hacia los estudiantes
en este caso.
Por
último, cabe mencionar que poseer el entendimiento que como humanos estamos
sujetos a diversas circunstancias, incluso a tribulaciones, y que por lo tanto
en un salón de clases siempre habrá momentos que se escapan de nuestras manos,
tanto por parte del profesor como de los estudiantes, pero que con la empatía
de todo el equipo (pues son un grupo en unión) deberán ser superadas; de esta manera,
cuando alguien pase por situaciones imprevistas, el profesor debe promover la
observación y la acción para ayudarle en lo que esté dentro de sus
posibilidades. Para esto es necesario suscitar un entorno de seguridad,
amabilidad y aceptación dentro de la dinámica del grupo: cómo les va en otras
asignaturas, revisar sus temas de interés, dar las gracias, son buenos
ejemplos, pues es necesario humanizar el proceso de enseñanza-aprendizaje. No
sea que alguno de los estudiantes viva lo mismo que Roma.
Dos
días, una noche
La
historia que los hermanos Dardenne nos muestran en esta película, en el sentido
humano, se apoya en el reconocimiento de hasta qué punto estamos dispuestos a
dar por los demás, y cuánto más podemos sacrificar de nosotros mismos para
reconocernos en el otro: el apoyo y la solidaridad que podemos darle a nuestro
prójimo.
Esta idea constituye también uno de
los principios primordiales para la existencia del docente, pues éste debe
renacer para encontrarse en sus estudiantes y amar cada una de las actividades
que realiza en el espacio áulico.
Aunado a esto, los actores que
conforman el salón de clases (tanto profesor como estudiantes) forman un equipo
de trabajo, pero también deben ser una unión de hermandad en todo momento, pues
es esta fuerza y virtud lo que logra una unidad indivisible de todos en
conjunto: es una tripulación que espera llegar con todos sus integrantes juntos
a Ítaca, el lugar de arribo.
Sandra corre desesperada por
conseguir lo que anhela irremediablemente: conservar su empleo; acelerada busca
a cada uno de sus compañeros con la esperanza de que voten a su favor al
término de los dos días y la noche en la que vive en medio de la incertidumbre.
Ellos, por su parte, tienen en primer lugar su interés personal, el bono que
recibirán por su trabajo es muy importante para cada uno, pero está el que
Sandra pase al número de desempleados que día a día padecen entre el precio
elevado de la vida en Francia o que mantenga su empleo para ayudar en la
economía de su hogar.
La
respuesta que ellos pudieran darle se entiende principalmente en términos
éticos y humanísticos: el mundo siempre decide en función de su propio
beneficio, mas tiene la opción de pensar en comunidad. La respuesta de quienes
le dan el “sí” a la protagonista parte del reconocimiento del sentirse en ella,
de tener misericordia de su situación y de ponerse en sus zapatos. Todos
necesitan el dinero, pero la mitad decide anteponer a Sandra antes de a su caso
individual. A los otros esta vez no les es posible compartir las tribulaciones por las que ella atraviesa.
Así,
el trabajo en el aula implica solidaridad en equipo. Si me remito a la posición constructivista, la cual parte
las investigaciones de Piaget, Vygotsky, Bruner, John Dewey, entre otros, en el proceso de
enseñanza-aprendizaje tanto el estudiante como el profesor tienen como mediador
al conocimiento, pues éste se crea
entre todos; el docente pierde su carácter tradicional, para ser moderador,
coordinador, facilitador o mediador, precisamente, y el profesor es considerado
como un participante más en la construcción de conocimiento dentro del proceso
de enseñanza-aprendizaje.
La ética debe regir todo lo que suceda en el salón de clases a
cualquier nivel, pues después de la familia es el espacio en el cual las
personas se preparan para ser habitantes de un país, ciudadanos de una nación,
profesionales en una sociedad, en fin, en donde la hay una formación y un
reconocimiento como seres humanos mediante la adquisición de valores, actitudes
y conductas que tienen como objetivo alcanzar su libertad intelectual y felicidad
emocional.
Vivimos en un mundo en el cual
falta que la expresión de los valores en la relación con las demás personas
para repensar la solución de los problemas sociales, y el entorno áulico es
ideal para comenzar esta hazaña. Cada uno debe autoconstruirse a partir de lo que decida ser,
mediante sus propias acciones en el ejercicio de su libertad e inteligencia en la reafirmación de su voluntad; ejercicio
difícil, de acuerdo a la hostilidad y cinismo del mundo, pero que forja a los
seres que se relacionan entre sí concurrentemente en realidades distintas dentro
de un mismo universo.
Ida
La
idea principal que podemos retomar de esta película, dirigida por Pawel Pawlikowski,
para ser aplicada a la docencia es la de encontrarse a uno mismo y con uno
mismo desde lo más profundo de nuestro ser para decidir verdaderamente lo que
queremos ser y si estamos dispuestos a reconocernos como profesores en este
caso.
La hermana Anna es una mujer que iba
a consagrar su vida a Dios, sin embargo, una situación que no estaba planeada
le hace salir al mundo exterior para conocer a su único familiar con el cual
puede tener contacto: su tía Wanda, ni siquiera para reafirmar su fe. Las
diversas circunstancias por las que atraviesa, en primer lugar saber que sus
padres eran judíos y que además fueron asesinados en el contexto de la segunda
guerra mundial y más tarde el suicidio de su tía la llevan a una crisis de su
fe, en donde se comportamiento cambia radicalmente al que había tenido a lo
largo de la historia: utilizar la ropa de su tía, fumar, tomar, tener
relaciones con un chico al que apenas conocía. Una parte de ella que parecería
no existir sale a flote cuando menos lo espera.
En la docencia también sería
terrible que algo similar la hermana Anna –cuyo nombre original es Ida– nos
ocurriera, ya que nuestra pedagogía sería un fracaso si en primer lugar no nos
conocemos a nosotros mismos. Antes de pararse en un salón de clases es
necesario preguntarnos qué somos, qué esperamos de la docencia, hacia dónde
vamos, cómo lo haremos, pues apresurarnos a ser profesores, sin habernos
contestado estas preguntas por lo menos, no haría naufragar fácilmente en un
mal que estaría más allá de nuestras manos.
Es imposible relacionarnos con los
estudiantes si como seres humanos y como personas no nos conocemos. La
actividad del docente implica una relación de poder en donde éste pide a sus
estudiantes ciertos reglamentos, actitudes, compromisos, pero si no conoce él
mismo cuáles son sus debilidades y virtudes, ciertamente no podrá facilitarles las
herramientas necesarias para que ellos potencialicen sus propias habilidades,
pues ni siquiera sabrá cómo hacerlo porque nunca ha empezado por sí mismo. Quién
puede amar a alguien más si no se ama a sí mismo.
El reconocimiento es una pieza clave
en el quehacer del docente, debido a que implica que primero el profesor sepa
quién es para partir de ahí y comenzar a interactuar en un ambiente de
convivencia plena con los chicos y chicas a los que les mediará el
conocimiento. Para esto debe estar libre de toda atadura y aceptar quién es y
estar dispuesto a aceptar la gran labor que implica ser docente para después
trabajar en paz, con amor y fortaleza con sus estudiantes. Pues el profesor
debe buscar ahora y siempre el desarrollo de cada uno de quienes interactúan en
el espacio áulico, lo cual sólo se logra a través de la pedagogía adecuada, que
a su vez parte de su reconocimiento como ser humano.
Güeros
La
finalidad de la educación es que los estudiantes tengan en sus manos las bases,
las herramientas y otro camino que les ayude a desarrollarse como miembros de
una sociedad, humanos y personas con la capacidad de encontrar soluciones ante
ciertos problemas, enfrentar los retos en su vida, reflexionar ante su
realidad, pero también debe implicar obligatoriamente la ayuda al prójimo y la
búsqueda de soluciones a problemáticas no sólo de carácter individual, sino en
comunidad para un mejoramiento en el funcionamiento del aparato social. La
educación debe significar la felicidad de cada persona y su reconocimiento,
como ser, en los demás.
Es nuestra responsabilidad ir tras
nuestros sueños, perseguir lo que más deseamos, y, al igual que los
protagonistas de esta cinta, dirigida por el mexicano Alonso Ruizpalacios,
quienes tenía una meta fijada, seguir hasta llegar a ellas, las cuales para cualquier docente deben
ser el que sus estudiantes alcancen la felicidad, libertad y la armonía interna como
ciudadanos de una nación, pero también como humanos ante una realidad que cada
vez es más precaria. Por su puesto que el docente no resolverá los problemas de
ellos, ni puede obligarlos a tener un mayor desempeño (sobre todo a aquéllos
que son menos dedicados durante el curso académico), pero sí tiene la
obligación de desarrollar una pedagogía que llegue a todos los actores del
proceso enseñanza-aprendizaje y de facilitar el conocimiento a través de un
medio al cual todos, sin excepción, puedan acceder.
Como en la política, en la educación
no debemos esperar a que alguien venga en rescate nuestro, ni pasarnos la vida
buscando a un “Epigmenio Cruz”, pues siempre es mejor empezar por nosotros
mismos, está en las manos de cada profesor en realizar un verdadero cambio el
sistema político-económico-social, no mediante la imposición de una ideología o
creencia, sino a través de la discusión, el debate e intercambio de ideas, a
través de la comunicación, el respeto y tolerancia, única fuente de
entendimiento y de logros sustanciales a través de acuerdos.
Como ya he referido en ocasiones
anteriores, como un pedazo de realidad, entiendo por comunicación al proceso
mediante el cual un actor se expresa para indicarle a otro sus necesidades,
instintos y actos, pero también como la comunión a través del cual dos seres
humanos, con la gran virtud de lograr acuerdos, intercambian ideas acerca de su
voluntad no solamente instintiva, sino también, como mencionara Juan Enrique
Pestalozzi, del corazón, del espíritu y de sus potencialidades profesionales;
como una virtud que nos distingue de las bestias, en el cual “el don de hablar
de nuestra especie ha de ser considerado como una fuerza auxiliar de la
naturaleza humana para hacer fructíferos y generales de los conocimientos
adquiridos en la observación”, sobre todo en nuestras vivencias, debido a que
el conocimiento es muerto si se queda en el entorno académico y no logramos aplicarlo
en nuestra vida diaria.
Así, es importante también que tanto
los estudiantes como el profesor se involucren de alguna u otra forma en las
problemáticas de su país, pues el aire democratizador que brinda la universidad,
al menos, debe proponer, dialogar, actuar dentro de lo posible para solucionar
estos conflictos mediante la experimentación práctica desde nuestra trinchera. De
esta forma, al igual que la huelga del 99, podremos caminar dentro de una
sociedad cada vez más participativa, en donde quienes tiene acceso a la
educación universitaria intervengan directamente en los conflictos de su país…
no que salgan al rescate de la sociedad, sino que se encuentren a sí mismos
dentro de toda la nube de violencia y desolación que hoy, por ejemplo, vivimos
crudamente en nuestro México, aun cuando no nos hayan asesinado a algún
familiar. Y no sólo buscar a alguien que lo haga por nosotros.